miércoles, 30 de enero de 2008

Inesperado Festín.

-¡Papá, mira, qué bonito patito, como el de la tele!-
-No pequeñita no es un pato, es un pollo, son muy lindos a los niños como tú les encantan-, dijo el empleado de la tienda dirigiéndose a la niña, -¿Va a llevar uno Don Luis?-, preguntó amablemente colocando una mano en la jaula con la certeza de una respuesta afirmativa.-No, muchas gracias-, respondió éste mientras su rostro naturalmente pálido tomaba un tono espectral, su cabeza temblaba de forma casi imperceptible, no así su ojo derecho que parecía jugar arbitraria y tozudamente con los deseos de su dueño.

La niña mirándolo dulcemente con ojos desesperados de solicitud y el animal picando el suelo de la jaula, revivían recuerdos desagradables de un suceso trágico: un niño corre feliz por el pasto seguido por un concierto de bolitas amarillas, un paso sobre el herbaje, una piedra que no debería estar, pero su existencia es tan veraz que provoca la pérdida de equilibrio del pequeño Luis, quien divertido por el suceso da un paso hacia atrás simulando con las manos una posición de espadachín, viene la agitación, el pie siente, los ojos horrorizados buscan la escena, el niño camina ausente hacia la casa, se acuesta en el sofá y permanece ensimismado por dos días a 37º de temperatura en un mundo sin sonido. Victoria, hermana mayor de Luis y espectadora de la escena, miró preocupada al niño y su maroma para no caerse, vio sorprendida a la pequeña criatura amarilla y después roja piando con las vísceras fuera. Estúpida comiéndose a sí misma mientras las demás concurrían apresuradas a pelear por el festín, los miembros eran prontamente visitados por los picos diminutos de los pequeños emplumados, los estiraban, los movían, los digerían. Victoria tuvo que introducir el cuerpo del pequeño animal en una caja con orificios que permitieran la entrada de aire, "no seré yo la que termine de matarlo" -pensó- le sorprendía la fuerza del animal cuya emisión de sonidos agudos hacían dudar la cercanía de la muerte.

Al tercer día, Luis estaba restablecido, comía frituras mientras veía divertido los programa infantiles en el televisor. Su madre se encontraba en la cocina con la vecina contándole los pormenores del suceso. Luis, a unos pasos de allí, sintió un temblor constante en su ojo derecho, decidió salir de la casa y no pensar en lo que estaba escuchando pero algo lo detuvo, algo retenía su atención en la conversación, le faltaba saber cómo había concluido todo. Imaginaba lo que oía, el animal encerrado en el cuarto de cartón, los lamentos de la familia que, tras horas de escuchar el piar constante y desgarbado, su compasión había sucumbido al hartazgo: el pollo se resistía a morir y su canto triste y recurrente les traía la imagen del pollo con las vísceras colgando. La heroína fue Victoria -frente a la combinación de asco y desagrado de su madre y hermanos-, introdujo la caja en una bolsa negra, tomó la boca de la bolsa y la unió a la suya anteponiendo su mano como un puño cuasi cerrado que dejaba pasar el aire, lo aspiró hasta acabar con la poca vida que allí yacía. Luis, imaginando los últimos movimientos, casi podía escuchar el piar débil del pollo dentro de la oscuridad abismal en el espacio de cartón.

El hombre tomó bruscamente a su hija del brazo, caminaba rápido y nervioso fuera del lugar mientras la niña en su confusión y prácticamente colgada de él, hacía flotar sus piecitos rozando de vez en vez la banqueta de la avenida. Tras avanzar una cuadra, furioso y descontrolado, bajó el rostro hasta encontrarse con la mirada asustada de la niña -¡Compraremos un perro!-, le dijo con enfado.

1 comentario:

Azpeitia poeta y escritor dijo...

A veces nos parece que la vida de los animales es un juguete, y no lo es. La vida tiene el mismo sentido para todos los que poblamos la tierra, bello relato...azpeitia