domingo, 31 de enero de 2010

Eco.

En lo alto de un desfiladero un turista grita el nombre de la mujer amada, el nombre se repite como la existencia fragmentada del sentimiento, como un vitral que se rompe en cristales de colores, y que, al brillo del sol son uno solo. Digamos que la mujer se llama Sonia, -después de leer Crimen y Castigo de Dostoyevsky, me parece un nombre de genuina dulzura- entonces uno puede escuchar a la distancia aquella voz que se repite diciendo Sonia, Sonia, como una voz atrapada, a la que se llama para que nos deleite con su hechizo de repeticiones.

La palabra eco, en latín echo, es de origen griego. Eco fue una ninfa condenada por Era a repetir la última palabra que dijera la persona con la que conversara. La joven se aisló del mundo por su triste condición. En el bosque, vio a Narciso y al tratar de conversar con él se topó con la indiferencia.

La ninfa se sintió tan herida que permaneció ensimismada en su cueva sin probar alimento, provocando que con el tiempo se consumiera hasta desaparecer. Traten de inferir que sucedió después…como único rastro de la existencia, quedó su voz atrapada en las paredes de la habitación. Una voz repetida, repetida, repetida, repetida.

A propósito de este nuevo mes, dice el poeta argentino Francisco Luis Bernárdez que estar enamorado es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida. Entonces, en un aventurado desenlace, quizá podríamos decir que estar enamorado es escuchar en unos labios el eco de nuestra alma.


Carpe diem.

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