
Julio César, líder romano de la época antigua introdujo el año solar. Los meses de Enero y Febrero se habían ignorado por su nula actividad política, agrícola y religiosa, entonces, lo que se tenía era un año de diez meses y un aparente vacío de dos. A partir de la introducción del año solar, que obedece a causas políticas (los nuevos gobiernos iniciarían en Enero, y por tanto hacía falta ese mes) se realizaron los cálculos astronómicos que con algunas modificaciones posteriores derivan en el año que conocemos.
Una mujer saca de su bolsa una cajetilla con un solo cigarro. Sonríe, se siente afortunada, por un momento pensó que no había ninguno. Índice y medio lo abrazan, sus labios casi lo sienten, su cuerpo ya sueña la nicotina que la hará olvidar enero, el mes que existe para elevar la imaginación a los gimnasios, las dietas, los espacios de AA, o la creación de los changarros, pero, a la hora de tocarse el bolsillo, es poco lo que se tiene y más que poco lo que se debe. Nada, la imaginación se va al suelo. Y como todo aquello frágil y hermoso, cristalino y puro como los sueños, al chocar con el suelo, se rompe en pedazos.
Nuestro primer mes, que para algunos significa –o mejor sería decir evoca- escasez, temor, dieta, vacaciones… y tantos signos como individuos existan; tiene un origen menos dramático, viene del latín Iano, cuyo significado es Jano, dios de las puertas. Así, abrimos las puertas, y nos introducimos en un nuevo año.
Carpe diem.
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